En
la devoción mariana de muchos pueblos cristianos, la “Virgen Dolorosa”, también
llamada la Virgen de la Soledad, la Virgen de la Piedad, o la Virgen de las
Angustias, regala a la espiritualidad de la cruz un tono maternal y femenino
que expresa la valentía y la fortaleza del creyente frente a los sufrimientos.
La fiesta de Nuestra Señora de los Dolores es una señal de la cercanía de Dios,
a través de María, con todos los que sufren: “dichosos los que sufren porque
ellos serán consolados”.
Nos
recuerda el Papa Francisco que: “María, que con su “sí” ha abierto la puerta a
Dios para deshacer el nudo de la antigua desobediencia, es la madre que con
paciencia y ternura nos lleva a Dios, para que él desate los nudos de nuestra
alma con su misericordia de Padre”. El sí de María estuvo marcado por el dolor,
que combatió con la confianza en Dios, y por el sufrimiento que combatió con su
fortaleza frente a la adversidad.
María,
Nuestra Señora de los Dolores, nos enseña que el sufrimiento tiene sentido a la
luz de la Cruz de Jesús. Nos recuerda que la fe cristiana no termina en un
fracaso, porque luego de la cruz brilla la luz de la Resurrección. Nos reafirma
en la esperanza, ya que la palabra del Señor no puede nunca fallar. Nos
fortalece en las tempestades de la vida con la certeza de que el que padeció en
la Cruz para salvarnos nunca nos dejará en soledad, siempre estará a nuestro
lado hasta que lleguemos a su lado.
R.P. Guillermo Inca Pereda
Secretario General Adjunto
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