Día litúrgico: Domingo XXIII
(A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 18,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a los
discípulos: «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él.
Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía
contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o
tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la
comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. Yo os aseguro: todo
lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en
la tierra quedará desatado en el cielo.
»Os
aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los
cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos».
Comentario: Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL (Roma, Italia).
«Si
tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él»
Hoy,
el Evangelio propone que consideremos algunas recomendaciones de Jesús a sus
discípulos de entonces y de siempre. También en la comunidad de los primeros
cristianos había faltas y comportamientos contrarios a la voluntad de Dios.
El
versículo final nos ofrece el marco para resolver los problemas que se
presenten dentro de la Iglesia durante la historia: «Donde están dos o tres
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Jesús está
presente en todos los períodos de la vida de su Iglesia, su “Cuerpo místico”
animado por la acción incesante del Espíritu Santo. Somos siempre hermanos,
tanto si la comunidad es grande como si es pequeña.
«Si
tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha,
habrás ganado a tu hermano» (Mt 18,15). ¡Qué bonita y leal es la relación de
fraternidad que Jesús nos enseña! Ante una falta contra mí o hacia otro, he de
pedir al Señor su gracia para perdonar, para comprender y, finalmente, para tratar
de corregir a mi hermano.
Hoy
no es tan fácil como cuando la Iglesia era menos numerosa. Pero, si pensamos
las cosas en diálogo con nuestro Padre Dios, Él nos iluminará para encontrar el
tiempo, el lugar y las palabras oportunas para cumplir con nuestro deber de
ayudar. Es importante purificar nuestro corazón. San Pablo nos anima a corregir
al prójimo con intención recta: «Cuando alguno incurra en alguna falta,
vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate
de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Gal 6,1).
El
afecto profundo y la humildad nos harán buscar la suavidad. «Obrad con mano
maternal, con la delicadeza infinita de nuestras madres, mientras nos curaban
las heridas grandes o pequeñas de nuestros juegos y tropiezos infantiles» (San Josemaría). Así nos corrige la Madre de Jesús y Madre nuestra, con
inspiraciones para amar más a Dios y a los hermanos.
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