Día litúrgico: Miércoles
XXIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 6,20-26): En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos
hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el
Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis
saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.
Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os
injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el
cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.
»Pero
¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de
vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que
reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres
hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos
profetas».
«Bienaventurados
los pobres. (...) ¡Ay de vosotros los ricos!»
Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del
Vallès, Barcelona, España).
Hoy,
Jesús señala dónde está la verdadera felicidad. En la versión de Lucas, las
bienaventuranzas vienen acompañadas por unos lamentos que se duelen por aquellos
que no aceptan el mensaje de salvación, sino que se encierran en una vida
autosuficiente y egoísta. Con las bienaventuranzas y los lamentos, Jesús hace
una aplicación de la doctrina de los dos caminos: el camino de la vida y el
camino de la muerte. No hay una tercera posibilidad neutra: quién no va hacia
la vida se encamina hacia la muerte; quién no sigue la luz, vive en las
tinieblas.
«Bienaventurados
los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20). Esta bienaventuranza
es la base de todas las demás, pues quien es pobre será capaz de recibir el
Reino de Dios como un don. Quien es pobre se dará cuenta de qué cosas ha de
tener hambre y sed: no de bienes materiales, sino de la Palabra de Dios; no de
poder, sino de justicia y amor. Quien es pobre podrá llorar ante el sufrimiento
del mundo. Quien es pobre sabrá que toda su riqueza es Dios y que, por eso,
será incomprendido y perseguido por el mundo.
«Pero
¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo» (Lc
6,24). Esta lamentación es también el fundamento de todas las que siguen, pues
quien es rico y autosuficiente, quien no sabe poner sus riquezas al servicio de
los demás, se encierra en su egoísmo y obra él mismo su desgracia. Que Dios nos
libre del afán de riquezas, de ir detrás de las promesas del mundo y de poner
nuestro corazón en los bienes materiales; que Dios no permita que nos veamos
satisfechos ante las alabanzas y adulaciones humanas, ya que eso significaría
haber puesto el corazón en la gloria del mundo y no en la de Jesucristo. Nos
será provechoso recordar lo que nos dice san Basilio: «Quien ama al prójimo
como a sí mismo no acumula cosas innecesarias que puedan ser indispensables
para otros».
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