Día litúrgico: Jueves XXI
del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 24,42-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir
el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso,
también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá
el Hijo del hombre. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el
señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo?
Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. Yo
os aseguro que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si el mal siervo
aquel se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda’, y se pone a golpear a sus
compañeros y come y bebe con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo el
día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su
suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Comentario: + Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas (Barcelona, España).
«Estad
preparados»
Hoy,
el texto evangélico nos habla de la incertidumbre del momento en que vendrá el
Señor: «No sabéis qué día vendrá» (Mt 24,42). Si queremos que nos encuentre
velando en el momento de su llegada, no nos podemos distraer ni dormirnos: hay
que estar siempre preparados. Jesús pone muchos ejemplos de esta atención: el
que vigila por si viene un ladrón, el siervo que quiere complacer a su amo...
Quizá hoy nos hablaría de un portero de fútbol que no sabe cuándo ni de qué
manera le vendrá la pelota...
Pero,
quizá, antes debiéramos aclarar de qué venida se nos habla. ¿Se trata de la
hora de la muerte?; ¿se trata del fin del mundo? Ciertamente, son venidas del
Señor que Él ha dejado expresamente en la incertidumbre para provocar en
nosotros una atención constante. Pero, haciendo un cálculo de probabilidades,
quizá nadie de nuestra generación será testimonio de un cataclismo universal
que ponga fin a la existencia de la vida humana en este planeta. Y, por lo que
se refiere a la muerte, esto sólo será una vez y basta. Mientras esto no
llegue, ¿no hay ninguna otra venida más cercana ante la cual nos convenga estar
siempre preparados?
«¡Cómo
pasan los años! Los meses se reducen a semanas, las semanas a días, los días a
horas, y las horas a segundos...» (San Francisco de Sales). Cada día, cada
hora, en cada instante, el Señor está cerca de nuestra vida. A través de
inspiraciones internas, a través de las personas que nos rodean, de los hechos
que se van sucediendo, el Señor llama a nuestra puerta y, como dice el Apocalipsis:
«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Hoy, si comulgamos,
esto volverá a pasar. Hoy, si escuchamos pacientemente los problemas que otro
nos confía o damos generosamente nuestro dinero para socorrer una necesidad,
esto volverá a pasar. Hoy, si en nuestra oración personal recibimos
—repentinamente— una inspiración inesperada, esto volverá a pasar.
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